viernes, 15 de junio de 2012

Las hormigas y los pájaros

Ayer por la tarde decidí descansar un momento del trajinar diario, darme un respiro a esa vida que se nos escapa moviéndonos de un lado a otro,de aquí para allá, de allá a acullá. Estaba tan cansado que decidí refrescarme un poco en el patio de la casa de mis padres con una buena cerveza en la mano y sentarme a contemplar lo que sucedía a mi alrededor. A pesar de que coloqué mi silla en la sombra, hacía tanto calor que sudaba por las mejillas, mis extremidades pegajosas, y mi cuerpo sentía esa modorra molesta que nubla los ojos, que incomoda, que te hace bostezar con ganas. No quería hacer nada, sólo perderme un poco del mundo terrenal y tener un poco de paz interior, no de la budista, pero sí la suficiente para continuar trabajando. Así que sin más preámbulo, estiré las piernas y apoyé mi espalda sobre el respaldo. A lo lejos pude observar el nido de unos pájaros. En su interior había unos polluelos con hambre. Uno de ellos, con las plumas desaliñadas, tal vez porque eran cuatro y no cabían del todo en el lecho en donde esperaban ansiosos que les trajeran un bocado. Pronto, divisé la llegada de uno de sus padres. Voló intrépidamente hacia el nido y dentro de su pico ya les llevaba el alimento necesario, o al menos eso pensé, porque todos gorjearon al unísono, se asomaron intempestivamente y sacaron sus cabezas para comer de manera desesperada. En unos segundos se habían devorado lo que quizá se llevó un buen tiempo poder conseguirlo y seguían hambrientos, lo supuse porque sus miradas esperaban algo más. "¿Donde lo habrá conseguido? Quién sabe". El ave que habia llegado, alzó su vuelo de nueva cuenta en busca de más provisiones. Una visita pequeña y los polluelos habían quedado de nuevo solos, solitos, esperando su regreso. Se acurrucaron de nuevo, se arrejuntaron y luego, el silencio. Luego, fijé mi mirada en una avispa muerta que estaba en el suelo. Era enorme. De haber estado viva con todo y la somnolencia que me cargaba en aquel instante, hubiera salido corriendo del lugar si ésta hubiera querido molestar mi cómodo descanso. Pronto, llegó una hormiga negra y la rodeó, como asegurándose de que efectivamente estuviera sin vida. Intentó moverla ella misma, pero no pudo. Otras de su especie recorrían los senderos buscando, hurgando y divisando el horizonte, para encontrar más alimento. Total que la diminuta hormiga se dio por vencido y comenzó a dar vueltas, como avisando a las demás que necesitaba de su ayuda. Así, se fueron acercando otras más para llevar una provisión tan suculenta a su hormiguero. La fueron arrastrando, poco a poco y me pareció una tarea muy complicada porque a simple vista la avispa era aproximadamente 15 o 20 veces más grande que todas esas pequeñitas que sin cesár, empujaban con todas sus fuerzas el cadáver de aquel insecto. Tomé mi cerveza y le dí unos gluc, gluc, gluc, gluc y un ¡ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! Deliciosa a mi paladar, en medio de un calor infernal que no cesaba. Me preguntaba si las hormigas no sentían el calor en sus patas, pues la zona donde remolcaban a la avispa estaba pavimentada. Pobres me dije y miré las chanchas que recubrían mis pies. Calculo que el periplo que efectuaron estas criaturas titánicas, había sido de unos 15 metros e imaginé que su hormiguero estaría en la tierra. Para mi sorpresa, no fue así. Las hormigas comenzaron a trepar la pared de seis metros que estaba frente a mí. Yo estupefacto pensaba: "Qué locas, ¿lograrán subir ese insectote hasta arriba?". Escéptico observaba su gran fortaleza. Subían y subían, subían poco a poco, lentamente. Valientes siguieron escalando y avanzaron un metro. Perplejo me quedé. Ahora dudaba que las mismas que se habían aventurado a esta locura lograran su cometido, porque lo que habían logrado lo perdían fácilmente, retrocedían. Avanzaban un paso, y volvían hacia atrás tres. Volvía a cuestionarme si lo conseguirían, porque así estuvieron unos diez minutos y me convencía que pronto se cansarían y mejor renunciarían a lo que habían comenzado. Ya no pudieron. De pronto se quedaron inmóviles, atoradas, estancadas. "Qué frustación, al menos lo intentaron", me dije a mi mismo. Una de ellas se separó del grupo mientras las otras resistían la pesada carga. Uffff, ¡qué extenuante! A medida que avanzara el tiempo sería más. Luego, en su lenguaje primitivo, se acercaron otras más para hacer el relevo. "Muy bien pequeñas de cuerpo, pero grandes de corazón, unas guerreras pues". Así, fueron subiendo de nuevo, de las que comenzaron, ninguna renunció a seguir subiendo, sólo se habían agregado otras. Y escalaron y escalaron y escalaron. Faltaba poco. Tan cerca y tan lejos de llegar a la cima. ¿Lo lograrían? Volví a tomar mi cerveza y le dí unos sorbos más y esta vez exclamé: "Yo aquí sentado descansando y ellas peleando en este calor de los mil demonios". Así, veían que se aproximaban a su destino, ya faltaba poco. Un poco más, eso es, así se hace, el último esfuerzo. !Venga, lo lograron! Qué pundonor, me quedé anonadado y emocionado por lo que acababa de ver. Las hormigas y los pájaros hoy me dieron un ejemplo. ¡Qué sabia es la naturaleza, tan perfecta, tan llena de vida! Luis Reyes

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